La primera lectura de la liturgia de hoy según los Héchos de los Apostoles nos narra la impactante historia de la conversión de San Pablo. Este relato aun al sol de hoy ha hecho eco en la vida de muchos cristianos, especialmente aquellos que han atravesado por un proceso de conversión.
Saulo, como se llamaba, iba camino a Damasco con la única intención de traer encadenados a todo aquellos seguidores de Jesús, de manera especial, a los discípulos que se encontrara. Esto fue bajo un mandato de los Sumos Sacerdotes en la Sinagoga.
De repente vino una luz del cielo que lo tumbó del caballo y le dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". El preguntó: "¿Quién eres tú Señor?". "Yo soy Jesús, a quien tú persigues", le respondió la voz. "Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer", Héchos 9, 4-6.
Siendo así, Saulo entró a Damasco y se encontró con el Discípulo Ananías y ese encuentro fue el que marcó el comienzo de su conversión y su camino al martirio. Predicó en las Sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios y pasó a ser de perseguidor a perseguido.
Nosotros como cristianos atravesamos por un proceso de conversión constante. Lo que a veces nos pasa es que nos ponemos gríngolas en los ojos y no vemos los signos que vemos en nuestro diario vivir, que son también señales que Dios nos da. Muchas veces esperamos ver a Dios como lo vio Saulo, al tumbarlo de un caballo.
En nuestras vidas, quisás el Padre Celestial no nos tumbe de un caballo, pero sí nos conceda un buen esposo/a, nos llame a trabajar con un hijo que tenga problemas en la escuela, a amar a ese compañero de trabajo que no soportas, o simplemente a dejar malos habitos y pasar a buenos hábitos.
Nunca se me olvida un sacerdote amigo mío que me comenta que su llamada a ser sacerdote vino desde lo ordinario y siempre me decía que "Dios a mi no me tumbó de un caballo como San Pablo, pero si lo encontré en mi vida ordinaria y hoy le sirvo a plenitud desde mi sacerdocio".
Aunque lo dicho pueda sonar jocoso y hasta un poco sínico, la realidad es que a través de la oración, las buenas obras y la participación de los sacramentos, podemos escuchar la voz de Dios cuando nos habla y lo que nos quiere decir. Quitemonos esas gríngolas y abramos un poco la visión.
Quizás no perseguimos al hermano como lo hizo Saulo en el pasado, pero sí podemos perseguirlo con bochinches, con rechazo, con burla, con ofensa, con envidia, etc... Seamos ejemplo de conversión constante como lo hizo nuestro Apóstol San Pablo. Dios les Bendiga...
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